Hilos de la esperanza, que se cortan. Marea incólume que borra los pasos. Sinsabor de unos ojos iguales que registran el brillo de los cuerpos, que se hunden de pronto, para siempre. Tiempo para reír, para llorar: partiste, y nada se detuvo, y todo morirá, y ya todo es otoño, y gris, y dulce herida.
Estoy odiando. Luego se limpiará la mente y veré cómo pasan las nubes. El olvido que trae el sueño acerca al presente, sus frutos, pero el odio que ahora me consume también es eterno. Dijiste que nada es importante, que nada dura. (El odio me rebaja a tratar con voces que la noche del insomnio masculla, obcecada, pueril.)
Anestesiado, rota ya la mirada --¡sangre que gritan las paredes!--, te induce el monitor al quietismo: produce, como metralla, informes del horror cotidiano, y finalmente es como si lloviera, lloviera... Porque no llorarás ni marcharás, acaba de fallecer el último rincón de tu empatía y despedís sus restos con pulcros heptasílabos.
Objetos en la mesa. Mapa que, desbordante, señaliza los pasos que este domingo diste. Acomodar. Mandala que hacés y deshacés, así te traza el tiempo, así te borrará.
Me decís que oís voces poco antes de dormirte, y también que ves números y formas. Como yo. Ya pasaron. Tu cuerpo respira dócilmente y su tibieza luce como una luna nueva. Tuviste una jornada bastante movidita. Máscaras del cansancio, fugitivo aquelarre.
"Cavamos una fosa", murmuraste, "al hablar con los demás". (No había nadie más en la pieza.) "Y en ella nos perdemos y nos toman por otro". (Pero vas a volver, como siempre, al amor y al odio, soberanos.)
No hay motivo. La sala, naturaleza muerta --nada puede Gismonti--, compone este silencio. Tu cuerpo ya no es joven y tu humor candelabro sueña con ser ventana a la Alhambra, o masía. Vos ya no sos. Un ángel te está marcando, justo; se guía por el modo en que fijás sonidos. (Traza tu lapicera palabras que no irán más allá de tu muerte, más acá de mi voz.)
"quiero estar entre tus cosas" (María Gabriela Epumer)
Estás en este disco que suena ahora. Vos dormís, soñás con otra parte del mundo. Mundo que es una melodía que después se completa con tu voz y con mi escuchar de esa casa que regresa, sabés, para hablar de sus duendes cuando nos encontramos.
Que no todo es amor tiraba hace no mucho Calamaro quién sabe por qué motivos, qué historia personal y desafortunada. Tengo que lavar ropa, hay que ordenar. Escucho Villa-Lobos en medio del desorden y escribo. El deber y sus morros, impertérrito roce, reclaman. ¡Vuelvan siempre, horas improductivas!
Veo una luz violeta en la pared. Mis ojos la inventan y la borran en un segundo. Vos dirías: "son reflejos de algo remoto, túneles como en suspenso, un mundo que se asoma y se va..." (Vos ahora: tus pases de magia, tan pacientes con toda esta locura que es la vida; lejana y a la vez tan aquí: hablando de visiones como la de hace un rato.)
"Podés enloquecer a gusto", me dijiste de algún modo la noche en que nos conocimos. Yo venía del diablo de la razón, renuente y distante, y la luna se apartaba de mí. Entonces se soltó esta boca, y reía, y mis tristes fantasmas de pronto enmudecieron.
Brisa ya de mañana. Y tu cuerpo se entrega y desfallece, y pide más aún, más aún... Porque los dos pujamos por un ardor oscuro, volvemos a empezar: fuego, ceniza, fuego... El mundo, ese rodillo, no tendrá compasión por esta sed salvaje. Pero por más que extinga nuestro deleite, somos tuyos, noche desnuda.
Reíste al escuchar algunos de mis cuelgues, que para mí eran turbios y que nunca comento. Vámonos a dormir. Nuestros cuerpos relumbran pero vos tenés clases mañana, y son las cuatro.
Cariño, no placer: a eso nos entregamos. Pero éramos de herirnos de a ratos, por semanas. Rutina en que la sombra de un ideal lloró. (Mujer de ojos inmensos, que me supiste hundir.)
Abrirse. Esa noción (que no entendiste nunca del todo) se presenta --reclamo-- a tu cerebro. Vos que sos puro ojos evaluando, evaluándote, castigándote: abrirse. Y que la mente deje de filmar. No tenés ya más opciones. Hay que volver a sentir.
Piedras en el cerebro. Ideas. Se combinan en la neurosis como engranajes pesados, desajustados. (Miro al techo. Impavidez por lo que me rodea.) El cerebro sancocha lo pasado, no sabe dejar ni digerir, se perfecciona en culpa.
Leés, pero tu mente discute con fantasmas: sucesivos cerrojos. Leés, querés leer, pero tu mente busca, acosada, argumentos, picaportes falaces. Y Juanele se abría hace no mucho... Puerta que está abierta y que no te lleva a ningún claro. Insistís, insistís.
El jazmín paraguayo perfuma, mañanita, los fondos de la casa. No lo había sentido, pero alguien me acercó una flor --¡un presente!-- que robó de la calle y que me dio sin muchas vueltas (como al pasar). Y mis ojos se abrieron a lo que nos rodea: la primavera, núbil, fragante. Ruboroso jazmín: con tu perfume suave y dulzón, de luz, alejás esos grises que mucho me aprisionan. Volverá el colibrí, su aleteo, su don.
Por lo demás, así era estar solo. Los muebles, colgados del vacío, y el cigarrillo, inmóvil. (Pinceladas. Lo cierto es que la mente rumia tus palabras o dardos: envenenada, fiel.)
"Es ilusión creer, amigo", me aclarabas, "que nos leen." Inútil, por lo tanto, intentar que el devenir se adhiera a las pobres palabras, que no pueden, no saben cómo hablar de esos ojos, que se alejaron. Húmedos, temblorosos, partió con su mirar el numen; en ellos la entreví: bella como ninguna. Sólo ella sabe, patio de luz. Y es imposible que los versos la muestren.
Fue arrancada de cuajo la vid, que ahora crece guacha, frágil, de luto. Pero crece: de nuevo se hundirán sus raíces, pronto retoñará. En cuanto al olmo que antes le daba apoyo, mira pastar ovejas que buscan otra sombra. (El ganado acostumbra exponenciar desgracias; luego mitologiza.)
Las manos de mi padre, en las mías. Más blandas, menos forzadas, éstas. Con birome y papel lo recuerdo. Con diodos, resistencias y estaño (que no tenía fin) él le urdía conductos a la electricidad --hilo del Universo-- y no me sonreía. (Versos que dulcifiquen lo poco que se dio, almas menesterosas.)
¡Un solo sms que envíen de otra parte de esta Ciudad, aquí! Mis ojos son un barco del que todos cayeron, timón a la deriva. (Qué estrecha depresión. Qué cochambroso nicho.)
Me mirás compungida y las palabras, rotas, exasperan. Lo mío es querer que te alejes y que a la vez estés: de otro modo. Se astilla todo tórpido intento de aferrar esas piedras que gruñen al costado del camino: incunables cascados, rencorosos que más valdría dar al olvido, y seguir.
Miro un objeto: silla. Esterillado tosco. Verde y madera. Nada me indica que tu cuerpo haya estado sentado en ella alguna vez. Sólo el mío, acezante, sabe de tu sentencia, que me apartó: orgullosa, digna en su rechazar. Débil y fiel, me abismo como un sol que se extingue, en sus labios tu nombre lunar, que resplandece como con otra luz.
Y sí: la poesía era menos que nada. Ves las grandes Ciudades por tele: cómo crecen en un segundo, cómo caen: una tras otra. Y la guerra, la hambruna: formas de la miseria que somos, en que andamos. Un hombre toma un libro y nadie lo sabrá: oración que se obstruye, casa sin basamento.
seguro, las palabras con que, quedo, te invoco desde la mía. Soy acaso ya una sombra para vos; ya me habrás reducido a susurro imposible de asir entre las breñas. Sueña en mí tu nombre, y nadie sabe que te musito desde un rincón del Sur.
"Todos hablan de todos", dijiste. Me quedé pensando. Procelosa dicha expresión. ¿No sirven ya la causa, el efecto; lo subitáneo surte, desgarrando? Camino (tiraba Paz) y canto una mustia razón de otro muelle, desbasta la niebla nuestras voces, que al cabo se desvían a un adiós que me siega de tu rincón alcuza.
No rimo, amor: te desagrada. ¡Cuántos eones que se van por tu decir que no a la Tradición...! Alguna vuelta habrás de despertarte del recuerdo de ese no ser. Yo, mientras, recompongo, mediante esta alternancia de vocales, un rinconcito para vos. ¡Chirría lo estrepitoso aún...! Un vuelo dulce para tu no querer. (Doñita, Murru, Caperucita Roja.) Descansá.
Sí: no te fuiste. Cosas me rodean que no son vos: aún. La madrugada ríe en la taza --tuya--, en las cortinas --que guardan el semblante de otro cerco--, y hasta el perrito --el de la peli-- gime. Partiste y no partiste: pusilánimes, mis órbitas se abisman en un nicho en que latís y que me acuna: coces que en refucilos de tu ardor me dan.
"¡Que te corras, te digo...!" (el hipopótamo que la mató). Las guampas, heredadas, tronaron, espasmódicas. Tremendo furor en plena siesta... Musitaste una oración medida. Quedo y dulce, el semen (indeleble, derramado) que la apagó: brasita. Se detuvo así la pena, cajas ya su lirio, párpado absorto; la fascinación retrocedió. Cabalgan por la luna cuatro gitanos. Níquel o percal.
Me conociste loco. Sin gritar te recibí después. Y ya era tarde. Tarde para vivir un hoy ya muerto, que se desvía hacia otro sitio. Parten muy de poquito a poco, ¡curucucha!, tus cosas, tus enseres, tu senderito...: ¡nazca en vos un nuevo amor! Y que recuerdes... (Que no hace falta, la verdad, decirlo: toda memoria --¡ay, gratitud!-- perdura en otro siempre, en otra --¡certidumbre!-- gratuidad...) Muchas uvas.
Un furor incoercible precipitó tu partir. Ya no por culpa del sida sino que a causa del mus. La brasa que se apagó carece de nombre. Mate que trinó sobre un ropero que fue lavado. Ejemplar que brotó de tu cabeza, me perdí bajo una luna que aún gravita. Carnaza de tus mejillas --¡antaño!--, tu papá no tiene paño.
Exhausto, recompongo poco a poco mi ser con noticias que traen deseos de a micrones. Muerden los energúmenos del fútbol, que no son todos los hinchas. Luego, las muertes por racismo, y asesinos resueltos: el relámpago. Guerras del hombre contra el hombre, la mujer, las especies, que son tantas aún. La vida, amenazada, y todas las hormigas, marchando con sus hongos... ¿Podré reincorporarme? La pausa, la prudencia y el manso discurrir, de nuevo: por ahora.
Amanecí caníbal: parpadeó la roña de un zapato que no sabía de mis modos (moscas que surcan escarpines donde cardar las zarpas). Por la tarde yacía inconducente, falta de sed la arena, pretencioso ya del confín. El surco del mandarino, expuesto: una mudanza, y el exportable almizcle. (Dos socios, un metal.)
Leo en Borges que Ascasubi era valor y coraje en versos, o que sableaba en nórdico. Y sí: lo anima. Vaya a saber. La carreta bajo la cual fue tenido, arrumbada en la memoria de las haciendas, soñó por medio de Jorge Luis, de biblioteca bilingüe, por lo menos. ¡Si serán, salvajes civilizados...!
"abismal lago de quietud las noticias no penetran aquí" (Luis Alberto Spinetta)
Siguen cayendo las mandarinas del árbol. Mi tío las recoge, las come, las comparte con vecinos golosos que le piden. Oír el fruto cómo choca contra la tierra fértil --golpe redondo, dulce, con su peso, y oscuro-- y volver a saber del futuro, su vientre. Se sueltan, caen, pesan, son las mejores: barcas que llevan sus semillas a otro lugar: por siempre.
¿Habrá querido ser indiano al cabo de los lustros, regresar de ganador? ¿Huyó de no se sabe qué, y pasó su vida y la de las siguientes generaciones, ramas y vástagos creciendo a como fuere, echando buena raíz a veces, perdiéndose las más? ¿Una deriva a partir de uno solo? ¿Se cruzaron las líneas una vez? ¿Y si hubo injertos para salvar la situación? "Hisopos" quedan en la memoria, larga senda hollada, abandonada, recorrido que se perdió, raíz al aire.
"la voie vraiment voie est autre qu'une voie constante" (tomado de Nombres, por Philippe Sollers)
a Pablo Ferraioli
Así, con pocas cosas en claro (la verdad, ninguna: tenés datos, evidencias efímeras --estuvo rico el mate y Joni Mitchell suena muy dulcemente--; pero "eso no basta"...), ves que lo real de siempre fue ajeno a la razón, a pergeñar. (Olvido en que la mente nada por momentos --no busca ya compulsiva asir-- por un fondo sin fondo: aguas densas: vislumbre.)
"Souvenez-vous! La seule chose que nous ayons à craindre, c'est que le ciel nous tombe sur la tête!" Abraracourix
La bomba que ahora vuela --tarda poco en llegar--, estoy seguro, a Siria (objetivos concretos; daños colaterales) va por el cielo. Fuimos, por millones de años, débiles bajo un mundo sublunar; sólo ahora podemos destruir tan exhaustivamente, tan poderosamente. Tiremos contra el sol.
"oh oh oh la mato y aparece una mayor" Silvio Rodríguez
Ya pasó Artaud. La cosa hoy día es Lemebel, Perlongher. Somos hamsters --chau Fijman-- de las causas de moda (ruedas lindas: no paran), soldaditos de un ideal. Agendas aggiornables, serpientes polimorfas, el joven reemplaza al viejo joven: pelear contra lo injusto para sentirse buenos.
"¡Qué tiempos éstos en que hablar sobre árboles es casi un crimen porque supone callar sobre tantas alevosías!" (Bertolt Brecht)
Árbol, yo apenas pude hablar con vos. Lucían expuestas tus raíces sangrando en el vacío. (Árbol --de cuyo fruto me alimenté--, tu fronda se mecía en la noche, y todo era reciente.) Tenías tantas cosas para decirnos. Todos --¿sólo por hambre y sed?-- hicimos de vos leña. (Nosotros: ciegos, mudos y sordos extrayendo de vos siempre algo más de savia: despiadados.)