Miro un objeto: silla. Esterillado tosco. Verde y madera. Nada me indica que tu cuerpo haya estado sentado en ella alguna vez. Sólo el mío, acezante, sabe de tu sentencia, que me apartó: orgullosa, digna en su rechazar. Débil y fiel, me abismo como un sol que se extingue, en sus labios tu nombre lunar, que resplandece como con otra luz.
Y sí: la poesía era menos que nada. Ves las grandes Ciudades por tele: cómo crecen en un segundo, cómo caen: una tras otra. Y la guerra, la hambruna: formas de la miseria que somos, en que andamos. Un hombre toma un libro y nadie lo sabrá: oración que se obstruye, casa sin basamento.
seguro, las palabras con que, quedo, te invoco desde la mía. Soy acaso ya una sombra para vos; ya me habrás reducido a susurro imposible de asir entre las breñas. Sueña en mí tu nombre, y nadie sabe que te musito desde un rincón del Sur.
"Todos hablan de todos", dijiste. Me quedé pensando. Procelosa dicha expresión. ¿No sirven ya la causa, el efecto; lo subitáneo surte, desgarrando? Camino (tiraba Paz) y canto una mustia razón de otro muelle, desbasta la niebla nuestras voces, que al cabo se desvían a un adiós que me siega de tu rincón alcuza.
No rimo, amor: te desagrada. ¡Cuántos eones que se van por tu decir que no a la Tradición...! Alguna vuelta habrás de despertarte del recuerdo de ese no ser. Yo, mientras, recompongo, mediante esta alternancia de vocales, un rinconcito para vos. ¡Chirría lo estrepitoso aún...! Un vuelo dulce para tu no querer. (Doñita, Murru, Caperucita Roja.) Descansá.
Sí: no te fuiste. Cosas me rodean que no son vos: aún. La madrugada ríe en la taza --tuya--, en las cortinas --que guardan el semblante de otro cerco--, y hasta el perrito --el de la peli-- gime. Partiste y no partiste: pusilánimes, mis órbitas se abisman en un nicho en que latís y que me acuna: coces que en refucilos de tu ardor me dan.
"¡Que te corras, te digo...!" (el hipopótamo que la mató). Las guampas, heredadas, tronaron, espasmódicas. Tremendo furor en plena siesta... Musitaste una oración medida. Quedo y dulce, el semen (indeleble, derramado) que la apagó: brasita. Se detuvo así la pena, cajas ya su lirio, párpado absorto; la fascinación retrocedió. Cabalgan por la luna cuatro gitanos. Níquel o percal.