Recordamos la luna cuando la vemos, alta, inmóvil en el cielo: nosotros, los esbirros de la Ciudad sin ángel --desorbitada, insomne--: espoleados, autómatas. En una foto luce mejor. En un poema la contemplamos más. Después --y fue un segundo-- volver a estimularse.
Corazones, Leonardo: eso me enviás. Me vuelve de nuevo hacia la vida tanto afecto... ¿Le habré hablado, con mis versos, a ese niño que fuiste --y que aún sos--? Mensajes o botellas al mar entre gente que niega el dolor de los otros pero que también sufre, callada, maniatada, plena noche del mundo.
Hay algo roto en mí (como en tantos, supongo). Hablo de un desperfecto irreparable. Máquina o idioma que persiste en fabricar poemas defectuosos que crujen y al rato se detienen. Como un prisma rajado, alma del horizonte: arruinado paisaje, desahuciada voz.
Danza de los pronombres en la mente, teatro en que los personajes alternan y se hieren sin pruritos, de pronto uno, el peor, los niega desde el proscenio. Tumba de los otros, su voz come de un basto vidrio que muerde, que deglute, que luego regurgita. Nadie puede acallar --fascinación-- su aria; giro en que la memoria irrumpe, como un trueno.
No se cambia de estilo por tedio o por afán de experimentación sino porque la vida es tan arrolladora que voltea y retuerce, porque sí, lo precario. Y si uno escribe, lo hace luego del terremoto: agrimensor que traza con una mano inepta vacilantes mapeos de una parcela virgen: las dos en devenir.
Una bolsa con frutas en la mesa; un sifón; algunas cosas más. No estás conmigo. Duerme tu cuerpo en otra pieza y yo escucho el responso medido de una sala en que a veces estamos cerca, pero no juntos. Un perro que también descansa; zapatillas como un Van Gogh casero. Lo que se fue, delante: trunco, nítido. Limbo la relación. Partiste y aún estás aquí.
Las cosas, frente a mí, insensibles y pulcras como sierras distantes e impávidas. Las cosas: indiferentes, listas, película perfecta. (Camino hacia un futuro de cosas sin registro de su luz, de su ser.) No toco el mundo; toco el ángulo imposible que opera, que establece esta desconexión. (El mundo, hecho a un costado, y un camino que abduce.)
¿Por qué la poesía? Evasión o consuelo y hasta impostura, el mundo huecamente persigue, y no lo sabe, formas sin sustancia, tan signos como los versos. Rujan los siervos de su engaño, sigan en su ilusión.
Me dice no. Sonríe pero se niega. Pasan los meses y la luna pierde sus atributos. Me dice no. Dormimos, despertamos: un día y otro día, y la luna filma nuestras costumbres. No dudo de mis ojos, y ella no miente, pero sé que aún no han mirado sino sus vestimentas. Dice no mientras toma mi mano, dice no y está al frente, y la luna, anciano, nos corrompe.
No hay nada, eso es lo cierto. Es necesario convencerse. El dolor no es nada más que dato. Nuestra duración, que se precipita, sólo presenta cambios sin la menor sustancia. El placer, que se diluye bastante pronto por lo general: dato, dato, nada más que dato. Circo/sostén del que tomamos nota, heridos de continuo, y sin saber por qué, y sin saber cómo. Heridos.
la peor de todas las posiciones de lugar a ocupar es la de vieja. Gabriel Pantoja
Ha perdido el humor ya de hace rato: kilos y kilos de palabras que pronuncia forzado. Cuando se da el silencio de una pausa, le vuelve ese pobre semblante con el que escribe ahora sus cositas. ¿Anula con ello el malestar? No, lo prolonga. El odio le ha envilecido el mundo.
"Poeta" (eso anotaste en un papel, deseosa de ver un cambio en mí; y lo dejaste a mano) "sin palabra". Dolor al leerlo. Disfrute la escritura; deber de cumplir con lo dicho. Coherencia --ese crudo ideal exigente--, lo peor fue captar de un golpe que más busca o necesita el hombre lo justo que lo bello (belleza de otro modo, también ella imposible).
(Y sin embargo cuánto de cariño perdura en este lazo que, confundidos, queremos que se disuelva... No lo olvidaré: lloraste ayer, desconsolada, y te abracé, y dolía tu dolor, frágil olmo y conmovida vid. Que tu risa regrese; que se acabe este limbo.)
Partiste, finalmente. Todavía vivís conmigo (ropa que lava el lavarropas, que tendemos, que recogemos, que vestimos, que se gasta), pero, como autómatas, apenas cruzamos las palabras necesarias ("buen día", "buenas noches"...), apenas intentamos mitigar la distancia, su filo. Lejos y cerca: roces remanentes y deseo estragado.
Imposible comer colores. Con los ojos tan sólo ves: distancia o pecera, su vidrio. Tu mirada pasea sobre las cosas, toma tu mano algún objeto; con la boca, que a veces usás para babear, sólo sentís el gusto del alimento. Nunca podrás comer colores; menos aún siluetas.